El pasado lunes, el eclipse solar encendió los corazones y los «feeds» de redes sociales de millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, para Sergio Sánchez, apasionado de la astronomía, este evento fue mucho más que una simple alineación celestial. Fue un viaje en el tiempo, un reencuentro con un objeto olvidado que había esperado pacientemente durante más de tres décadas: unos modestos lentes de cartón.
¿Cómo puede un par de lentes de cartón ser tan especial? Bueno, estos no eran sólo unos lentes comunes y corrientes. Sánchez los recibió como obsequio en 1991 de parte del entonces Bancomer, envueltos en el aura de un eclipse que marcó a toda una generación. Estos lentes, con su distintivo tono verdeamarillo, eran los colores corporativos de Bancomer en ese entonces, y se convirtieron en un símbolo no solo de protección ocular, sino también de un momento único en la historia.
El lunes pasado, después de 33 años de espera, Sánchez desempolvó sus viejos compañeros de eclipse y los colocó sobre sus ojos una vez más. Mientras millones de personas buscaban filtros especiales y telescopios sofisticados, don Sergio confiaba en la simplicidad de unos lentes de cartón y en la lealtad de su viejo banco.
La imagen de Sánchez con sus lentes, capturada por la cámara de Héctor Alfaro, no sólo nos muestra un aficionado a la astronomía, sino también un toque de la idiosincrasia mexicana. Por un lado, está la inclinación hacia el «tilichero», aquel que guarda objetos aparentemente inútiles que luego resultan tener un valor emocional incalculable. Por otro lado, está la nostalgia palpable en revivir un momento que marcó una época.
«Los lentes de cartón son como un recuerdo tangible de aquel eclipse», dijo Sánchez con una sonrisa nostálgica. «Son testigos silenciosos de cómo el tiempo ha pasado y cómo la tecnología ha avanzado, pero la emoción por observar el cosmos sigue siendo la misma».
El relato de Sánchez nos recuerda que, a veces, las cosas más simples son las más significativas. Mientras el mundo avanza hacia un futuro cada vez más tecnológico, no podemos olvidar el valor de los pequeños momentos y los objetos que los acompañan. Quién sabe, quizás en 33 años más, esos lentes de cartón vuelvan a ser testigos de otro eclipse, llevando consigo aún más recuerdos y emociones.
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