Para tratar de entender, aunque sea un poco, lo que pasa con México y los mexicanos debemos aceptar que como pueblo tenemos características muy singulares que nos distinguen de otros pueblos hispanoparlantes.
De la misma forma que hay pueblos en el mundo que se caracterizan por ser disciplinados, previsores, respetuosos de la ley, educados y propensos a comportarse con prudencia y rectitud, los mexicanos en cambio, en su gran mayoría tendemos a hacer todo lo contrario.
Para nosotros, hay que reconocerlo, actuar con desorden, pasar por encima de los otros, aprovechar con ventaja las oportunidades sin importar si se hace de forma ilegal, es cosa común. Con esto no quiero decir que los otros pueblos sean inmaculados, pero basta con ver como son las ciudades y poblaciones en aquellos lugares para constatar que los que ahí habitan entienden el mundo de una forma distinta a como lo hacemos los descendientes de Cortés y la Malinche.
La Real Academia de la Lengua define el desmadre como; “Conducirse sin respeto ni medida, exceso desmesurado de palabras o acciones, juerga desenfrenada”. Todo esto y más, es práctica común en muchos sectores de la sociedad. Y solo basta con ver la conducta de la gente en eventos tumultuosos, como los partidos de futbol, manifestaciones, linchamientos, bloqueos de carreteras, asambleas y hasta en la cámara de diputados y senadores de nuestro país.
Y de la mano con el culto al desmadre vienen la corrupción y la violación de la ley como cosa de un día sí y el otro también.
Los partidos políticos y muchos de los que los dirigen, así como quienes nos han gobernado, son un reflejo fiel de esta idiosincrasia. ¿Cómo podemos esperar tener gobernantes impolutos, honestos y eficientes si como sociedad predomina la cultura del agandalle, liso y llano?
Tal como me dijera un viejo trabajador en mis años mozos cuando fui dirigente del sindicato minero en Nacozari, Sonora.
– Mira muchacho, (tenía yo 22 años), Si robas te van a decir que eres una rata, pero si no robas, te dirán que eres un pendejo y de todas formas te acusarán de haber robado-
¿Así cómo pues?
La gente honesta que ocupa cualquier puesto de dirección, llámese sindical, ejidal, de gobierno, vaya, hasta de líder de colonia o de la sociedad de padres de familia de una escuela, está siempre bajo el asedio de los corruptos que la rodean o de la suspicacia de sus representados. En nuestra cultura es bien difícil conducirse de forma recta y congruente con la honestidad. Y hasta justificamos a los malos gobiernos cuando decimos, “Está bueno que roben pero que hagan algo”. O al funcionario público que afirma “si no me lo robo yo otro lo hará”.
Ahí tenemos al expresidente municipal del puerto de San Blas, Hilario Ramírez Villanueva, alias “Layín”, quien confesó públicamente en un mitin de campaña, en junio del 2014.
-Robé poquito porque está bien pobre la presidencia-.
Lo que fue festejado con aplausos y vítores de la concurrencia y a pesar de esto fue reelecto para volver a ocupar la presidencia municipal de aquel puerto del Pacífico.
¿Cuántos “layines” tenemos en México?
Cambiar este país, a su gente, y acabar con la corrupción y el culto al desmadre nos llevará décadas.
Acusar de corruptos a los contrarios cuando solapamos a los propios no le abona en nada a mejorar nuestro país. Señalar al hijo del vecino y justificar al nuestro es el deporte nacional.
Y mientras sigamos así, nada va a cambiar.
El cambio comienza con cada uno de nosotros, en nuestra persona, empresa, entono familiar.
Tampoco se trata de comportarnos como monjes tibetanos. A mí me gusta el desmadre, lo reconozco, pero solo aquel que se refiere a lo de las juergas desenfrenadas.
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